martes, 25 de agosto de 2009

Resumiendo






Después de la tormenta llegó la calma y se me gastó Australia. No sé si a todo el mundo le pasa, pero a mí se me gastan los trabajos, los países y las gentes. Cuando llega ese momento ya no hay más solución que cambiar de decorado.
Y llegué a Gandía otra vez en estado 'sin': sin dinero, sin planes, sin futuro. Me encanta.
Tonteando por Internet descubrí un curso de la Universidad de Antonio de Nebrija, en Madrid, titulado 'Didáctica del Español', es decir, te enseñan a enseñar español a los que no saben y, como es mi caso, a los que creen que saben. Siempre me había atraído el tema y ya había hecho mis pinitos como profe en Canadá, en Francia... Mi medio hermana Carmen puso a mi disposición, una vez más, su casa y su tiempo. (Desde aquí te lo digo, tía Carmen: mil gracias. Te debo otra).
Dos semanas levantándome tempranito para ir "al cole" con mi carpesano, mis bolis, mis folios... Me encantó la experiencia, aprendí bastante y conocí gente estupenda que me animó a seguir con mi vida loca. María, José Miguel, José, Urban, Patricia, Silvia, Mayte, ..... Gracias, chicos, por demostrar al mundo que otra vida es posible.
Por cierto, si quieres echar un vistazo al infierno llévate a la clase de gramática española de las 9 de la mañana una resaca cervecil madrileña. No te digo más.
Huyendo de Madrid (¿de dónde ha salido tanta gente y por qué quieren vivir todos juntos, pasear todos juntos, ir de compras todos juntos, beber cerveza todos al mismo tiempo?) aparezco una vez más por Gandía dispuesta a comerme el mundo. Me apunto a cuanta oferta no del todo ilegal encuentro por internet y descubro, patidifusa, el apasionante mundo de las "Azafatas y promotoras". Si esto me pilla más joven y más guapa me forro.
Es increíble la cantidad de ofertas de trabajo que hay en este sector: presentaciones de automóviles, fiestas de todo tipo, degustaciones en supermercados y gasolineras. Sí, suena cutre y desesperado, pero se gana pasta y las complicaciones mentales son mínimas. Yo me gané 250 euros en cuatro días y medio realizando uno de los trabajos más surrealistas que se pueda uno imaginar: siguiendo un listado de bares y restaurantes facilitado por la empresa de marketing que me contrató, me dediqué a poner pegatinas con el precio del tabaco Pall Mall en las máquinas expendedoras. Impresionante. Descubrí un montón de lugares de Gandía que desconocía (algunos podían haber seguido desconocidos), aprendí en carne propia que en un pie talla 38 caben 10 ampollas tamaño cucaracha peruana y confirmé mi teoría de que la crisis económica la tengo yo toda, porque no encontré ningún bar vacío a ninguna hora del día o de la noche. ¡Qué país!


Medio agobiada por la falta de trabajo y, sorprendentemente, de dinero, a punto estuve de largarme a Canarias cuando, de repente, me descubrí tomando un avión hacia Ibiza. El culpable, JL, un gran amigo de esos de 'pá lo bueno y pá lo malo'. Sabiéndome necesitada, se pasó toda una tarde preguntando de bar en bar si necesitaban personal y al final me consiguió una entrevista de trabajo. Me llamó el miércoles por la tarde y el jueves por la mañana me recogió en el aeropuerto para llevarme, directa, a Figueretas, donde desde hace tres semanas juego a las camareras. La musa Laura, mi otra medio hermana, me dejó aparcar mi maleta en su salón (y allí está todavía, sorry) y compartimos cama y gato durante unos días hasta que en un semáforo apareció otro de mis ángeles guardianes, Vicent, de profesión vividor y solucionador de problemas ajenos.
Y gracias a él, ahora vivo en un barco anclado en una calle que no sé cómo se llama y que a veces todavía me cuesta encontrar. Bueno, vale, no es un barco de los que flotan. Es la terraza de un edificio estrecho y muy viejito muy cerca de la calle de la Virgen y del puerto de Ibiza. Erick, mi casero, todo un personaje que merece entrada aparte, colocó una cama, un baño y una cocina en la terraza y lo rodeó todo con una colección de ventanas medio desvencijadas, cada una de su padre y de su madre que, por supuesto, no encajan y nunca se pueden cerrar. Como puerta, un pedazo de tela naranja que ondea al viento que milagrosamente siempre sopla allí arriba. Por la ventana del baño se sale al tejado, donde sobre una tarima de madera aparentemente estable descansa una tumbona playera, perfecta compañera de lecturas y desayunos solitarios. El espectáculo, como podéis ver en la foto, es grandioso a cualquier hora del día y de la noche. Me encanta.
Esto es un resumen de lo que ha sido mi vida desde que salí de Australia a finales de junio. Implícito quedan un sinfín de sentimientos, dudas, sonrisas, cervezas y alguna que otra lágrima, pero pocas. Sólo sé que estoy feliz, aunque no sé hasta cuándo voy a tener trabajo y a dónde iré cuando se termine la temporada y cierre el Prince of Colours. La vida me está tratando muy bien y por suerte sigo aprendiendo cosas, sobre todo a relativizar acontecimientos y a dejar que las cosas sigan su curso natural. Y funciona.
Ya me he aburrido de escribir. Otro día más.