domingo, 5 de junio de 2011

Pacificus Interruptus






Apenas 30 horas duró mi tan publicitado viaje hacia el Pacífico Sur. Mediado el segundo día de navegación y tras una noche negra y horrorosa maldiciendo mi admirable capacidad para marearme, Bill decidió dar la vuelta y cancelar el viaje, o al menos posponerlo.







Lo primero que se me pasó por la cabeza en ese momento fue amotinarme junto al resto de la tripulación (Tash, la australiana), tirar al capitán por la borda, hacerme con el mando del Dream Reach y seguir rumbo sur. Pero el muy ladino esperó a darnos la terrible noticia cuando nos tenía dopadas hasta las orejas con cuanta biodramina, remedio homeopático o producto a base de gengibre pudimos encontrar en el barco en un intento vano, muy vano, de evitar el mareo. Difícil combinar impulsos asesinos e incontrolables ganas de vomitar...




Luego, la optimista que vive en mi pensó: este año es demasiado tarde para encontrar otro barco, pero nada me impide hacer este viaje en cualquier otro momento, la Polinesia no se va a mover de su sitio...
Pero después me acordé de las provisiones que habíamos acumulado para vivir muchos meses lejos de supermercados y restaurantes: los sacos de arroz, harina, azúcar, quinoa; los kilos de pasta, leche deshidratada, huevo deshidratado, caldo de pollo deshidratado; las semillas para germinar por el camino; los litros de champú, protector solar y cremas varias, la inmensa caja de tampax; las medicinas, juguetes, lápices de colores y peluches que llevábamos para los nenes de las islas...



Y entonces me entró la llorera. Lloré todo el camino de vuelta. Lloré mientras no dormía, mientras no comía, mientras vomitaba.



Lloré durante mis guardias al timón, mientras me duchaba, mientras leía, mientras miraba sin ver las olas que me alejaban de un sueño que había adoptado como mío.


Anocheció y amaneció y yo seguía llorando.



Lloré cuando volvimos a entrar en el maldito Estrecho Juan de Fuca, cuando fondeamos una vez más en Port Angeles, mientras intentaba decidir qué hacer con mi vida y mientras me reía con los chistes de Bill y Tash durante nuestra última y etílica cena a bordo.



De mis múltiples defectos, éste es el que más me jode: que soy una mema de lágrima facilonga. En cuanto pueda me lo opero.



Cuando ya no me quedaban ojos me acordé de aquello de que "lo importante es el camino" y me dije: "pues hala, maja, a caminar". O como dicen por aquí, si la vida te da limones, haz limonada. Y en eso estoy, haciendo limonada en Alaska. Así como los naúfragos se agarran a todo lo que flote, yo, en mi naufragio particular, decidí agarrarme a lo que se movía: mi capitán y el Dream Reach rumbo norte. Y otra vez a ver osos, ballenas, focas, águilas... Otra vez a navegar entre icebergs, glaciares, fiordos...¡Qué fatiga! (je, je, desde aquí puedo escuchar vuestros insultos).

Cosas que he aprendido no yendo al Pacífico Sur:

Nunca te apuntes a los sueños de otra persona
Nunca dejes tus sueños en manos de otra persona
Nunca dejes que otras persona se apunten a tus sueños.



P.D: Todo esto lo escribí hace mucho, mucho tiempo, por lo menos un mes. Me he cansado de hacer limonada en la maravillosa Alaska y estoy subiendo esta entrada al blog en un aeropuerto, mientras espero a mi avión que me llevará a... ¡Sorpresa!