lunes, 2 de enero de 2012

Mongoles


Más por empezar el año libre de promesas incumplidas que por ganas, os pongo estas foticos y a otra cosa, mariposa, que Mongolia ya es pasado y toca centrarse en el futuro.

Ya he contado alguna vez que admiro a la gente básica, material, vital e intelectualmente. Mis parientes mongoles son los campeones en el aprovechar con sencillez lo que la vida y la naturaleza pone ante ellos. Que tenemos piedras bonitas tiradas por el suelo, pues a vendérselas a los guiris. Que nos regalan un globo rosa, pues a pasearlo por el pueblo con nuestras mejores galas.
Una cosa que me sorprendió de estos tipos duros y peleones es que no tienen ningún complejo a la hora de sobarse. Estos dos de la foto eran nuestros guías durante los dos días a caballo. Se los pasaron pegándose, luchando entre ellos y con los chicos del grupo (especialmente con el sufrido Jordi, pobre), tirándose piedras... Pero luego se acurrucaban así de juntitos y tan ricamente.












Cuando dejamos los caballos teníamos que caminar un par de días por la montaña para llegar hasta la furgoneta. Los trastos para acampar los llevaba un yak alquilado. A los mandos, Orna, nuestra guía-traductora-cocinera con sus chanclas, su sombrero de flores y su empanada mental, cual Heidi buscando al abuelito. Hay que ser mongol para arrimarse así a una pedazo de vaca peluda y cabezona como esa.



La vida en el desierto del Gobi es dura. Hay que dar de beber a los camellos sacando agua de los pozos y ordeñarlos para hacer queso, mantequilla...
Más cosas. El interior de una casa-ger de una pareja joven, profesional y moderna en una ciudad pequeña. ¿Para qué quieres mesas y sillas habiendo suelo? Su ger está en una parcela vallada y viven en ella todo el año, pero en lugar de construir una casa, colocan una de esas tiendas de campaña redondas que los nómadas de otros países llaman yurtas, la decoran con alfombras y a vivir.



Más mujeres preparando la comida: la más joven picando carne seca a martillazos, la mayor va a probar el té (muy clarito y mezclado con leche lo usan también como caldo para cocer pasta, arroz o las bolas de carne envuelta que están haciendo arriba. Se llama buuz) y en la otra foto están amasando para hacer unos fideos anchos tipo tallarín que comen día sí, día también. Los cuadraditos blancos sobre el techo de la ger es queso de algo puesto a secar al sol del desierto. Duro como una piedra y ójala supiera a piedra, pero no, está mucho peor.











Otra muestra más de simplicidad mongola: las señales de tráfico están pintadas a mano:

Las camas son unos listones de madera con una manta o alfombra como colchón y los baños, cuando los hay, un agujero en la tierra. Este era de los mejores, lo juro.

Una de las más preciadas posesiones de estas gentes: una moto. De baja cilindrada pero resistentes y todoterreno, las tunean sin complejos.

Y el que no tiene moto, tiene caballo, no puede ser de otra manera. Este señor va galopando, de pie sobre los estribos y tan tranquilo. Quien haya montado alguna vez a caballo y no sea mongol entiende mi sorpresa.


















Y para terminar, os tengo que hablar del Naadam, un festival deportivo que se celebra por toda Mongolia en julio, aunque el más conocido es el de la capital, Ulán Bator. Solo dura tres días pero parece que toda la nación vive medio año preparándolo y el otro medio comentando cómo fue. Consta de tres pruebas: carrera de caballos, lucha y tiro con arco. Nosotros pudimos asistir al Naadam en dos pueblos, pero el tiro con arco no lo vimos gracias a la ya mencionada empanada mental de nuestra querida Orna, que consiguió convertir el primer tour organizado al que me apunto a mi vida en un compendio de despropósitos. Nunca sabíamos hacia dónde ibamos, cuándo y qué comeríamos, dónde dormiríamos... Casi acaba con medio grupo: a Andoni le tocó una espectacular caída de un caballo loco en medio de una tormenta, con arrastre por el suelo incluído; Sergio consiguió una grave insolación durante una larga y empinada marcha a pie, a pleno sol y sin agua y tuvo que ser trasladado en avión a Ulán Bator; y al resto intentó envenenarnos con sus especialidades culinarias, que incluían la macedonia de fruta con mayonesa y la harina frita para desayunar... ¡Qué personaje!
En fin. Las carreras de caballos son de locos. Recorren a toda pastilla entre 15 y 30 kilómetros según la categoría, que depende de la edad del caballo. Los jinetes son niños de entre 5 y 13 años y la mayoría van a pelo, sin silla, sin estribos, descalzos... Los caballos ganadores, que no los jinetes, se convierten en estrellas nacionales, ya visteis el monumento de la anterior entrada. Emocionante.





Y la lucha. Pelean por parejas y es eliminatorio. Lo curioso es que no se tienen en cuenta el peso, y te ves a algún mazacote peleando con un tipo flaquito...da cosa. Los del batín y la gorra son los jueces. Al terminar, el ganador levanta los brazos y el perdedor, que ha mordido el polvo y nunca mejor dicho, pasa por debajo en señal de sumisión. Luego el vencedor hace un baile que imita el vuelo de un águila. Alguien me contó que algunos entrenan sobre un campo de ortigas, así que si se caen, pues pica... Y lo de la vestimenta extraña (no nos engañemos, parece que vayan con Dodotis) es porque cuenta la historia que hace muchos años se les coló una mujer disfrazada y venció a un montón de participantes hombres, terrible deshonra en un país de machotes. Con este estrafalario vestuario impiden que se repita el mal trago. Os dejo disfrutando de los jamones de mis parientes lejanos. ¡Peazo de muslamen, madre mía!