viernes, 13 de junio de 2014

Decíamos ayer...
















Pues mientras me llegan las ganas de escribir algo con sentido, ahí van unas foticos de mi último paseíllo.


La primera vez que visité Hong Kong le cogí una manía tremenda a ese "lugar" (provincia china, país,  archipiélago, zona económica especial,...nadie sabe muy bien lo que es). 
Como quedó registrado en este blog, recién llegada de la calma, el fresquillo y la belleza de Alaska, el encontronazo con la húmeda, calurosa, sucia, ruidosa y superpoblada Asia me dejó al borde de la apoplejía.




Claro, que lo que yo no sabía por aquel entonces era que lo peor estaba por llegar: el resto del país,donde sobrevivo a duras penas desde hace ya dos años.
Y ahora me encuentro escapando a Hong Kong cada vez que puedo porque comparado con mi realidad diaria es todo un oasis de orden, lógica, razón y sentido común, cosas de la que andamos muy escasos en Mainland China.




El caso es que he descubierto que Hong Kong es ciudad, luces y rascacielos, que no me atraen nada, pero también islas espectaculares y solitarias donde puedes perderte por la montaña dos días sin ver a nadie y achicharrarte en la playa con la sola compañía de algún mosquito puñetero.




El campus donde vivo (poco) y trabajo (menos) se inundó con las recientes lluvias, nos evacuaron semi-voluntariamente y cancelaron las clases, así que me fui a visitar la isla de Lantau, famosa por alojar el aeropuerto internacional de HK y un enorme Buda de bronce (34 metros), entre otras cosas.




Algún espabilao me dijo que la salida del sol desde la cima de esta montañita (Lantau Peak) era espectacular y yo, que me lo creo todo, me cogí la linterna y me puse a caminar cuesta arriba a las 4 de la noche, al borde de la lágrima por el miedo que tenía al estar caminando por medio del bosque a oscuras y solita. 
  


A la media hora se me olvidó el miedo y me concentré en no morir en el intento, porque el jodío camino es empinado de narices y entre la oscuridad y la niebla que lo cubría todo no veía a más de un metro de mis morros. Las fotos son de la vuelta, ya con luz de día, imaginad la ida con la mini linterna...



Lo mejor fue llegar a la cima a punto de vomitar por el esfuerzo (ya estoy mayor) y ver esto a mi alrededor: 


Se supone que las vistas son espectaculares: el mar en toda su inmensidad, el resto de la isla de Lantau, Macau a lo lejos... Pues eso es lo que yo vi. Nada a un lado y nada al otro. Me quedé un rato para ver si se levantaba la niebla pero nada. Estaba empapada por el sudor y la nieblina y el viento amenazaba con "ayudarme" a bajar más rápido de lo que resulta saludable así que me fui para abajo, a tirarme en la playa y torrarme bien torrada en tierra firme. En fin


Al día siguiente fui a Tai O, un antiguo pueblín de pescadores que se ha convertido en atracción turística pero donde todavía te puedes perder y ver... ¡Delfines blancos! Bueno, son rositas pero los chinos, que viven en un estado de confusión permanente, los llaman 'delfín blanco'. Al parecer quedan menos de 70 individuos de este tipo en el mundo, pobres. Y yo, que soy una chica con suerte y algo agorafóbica, encontré uno al huir de los turistas y subir a la colina más alta que encontré. Estaba un poco lejos pero... ¡es lo que hay hasta que me compre un objetivo para la cámara!




Desde aquí arriba vi a mi delfinillo. Son feuchos, la verdad...


Más fotos del extraño pueblo de pescadores. Las casas son metálicas, cosa que me parece un claro intento de suicidio colectivo teniendo en cuenta que el termómetro no baja de los 35 grados ni de día ni de noche. Ellos sabrán lo que hacen.















Eso último son yemas de huevo de pato rociadas con sal y puestas a secar al sol, una especialidad de la zona. Deben estar buenísimas (de que no), todavía no he tenido el gusto de probarlas (ni el interés por hacerlo).
Y hablando de comida, esto es lo que te pasa en China cuando pides un plato de arroz frito con verdura y piña porque no quieres comer carne:



Le pregunté a la cocinera que por qué me había puesto pelo de oveja en mi comida y me dijo que era carne hilada. Encima sabe dulce. Y no es la primera ni la será la última vez que me lo hacen, esta gente pone pelos de esos de carne donde menos te lo esperas. Durante mi primer año estuve comiendo una especie de bollo dulce para desayunar todas las mañanas. Pensaba que lo de la superficie era huevo hilado. Hasta que alguien me avisó de que era carne de cerdo. ¡Qué país más cansino, dios mío, qué país!