


Ya he contado alguna vez que admiro a la gente básica, material, vital e intelectualmente. Mis parientes mongoles son los campeones en el aprovechar con sencillez lo que la vida y la naturaleza pone ante ellos. Que tenemos piedras bonitas tiradas por el suelo, pues a vendérselas a los guiris. Que nos regalan un globo rosa, pues a pasearlo por el pueblo con nuestras mejores galas.



Cuando dejamos los caballos teníamos que caminar un par de días por la montaña para llegar hasta la furgoneta. Los trastos para acampar los llevaba un yak alquilado. A los mandos, Orna, nuestra guía-traductora-cocinera con sus chanclas, su sombrero de flores y su empanada mental, cual Heidi buscando al abuelito. Hay que ser mongol para arrimarse así a una pedazo de vaca peluda y cabezona como esa.


La vida en el desierto del Gobi es dura. Hay que dar de beber a los camellos sacando agua de los pozos y ordeñarlos para hacer queso, mantequilla...


Más mujeres preparando la comida: la más joven picando carne seca a martillazos, la mayor va a probar el té (muy clarito y mezclado con leche lo usan también como caldo para cocer pasta, arroz o las bolas de carne envuelta que están haciendo arriba. Se llama buuz) y en la otra foto están amasando para hacer unos fideos anchos tipo tallarín que comen día sí, día también. Los cuadraditos blancos sobre el techo de la ger es queso de algo puesto a secar al sol del desierto. Duro como una piedra y ójala supiera a piedra, pero no, está mucho peor.




Otra muestra más de simplicidad mongola: las señales de tráfico están pintadas a mano:


Las camas son unos listones de madera con una manta o alfombra como colchón y los baños, cuando los hay, un agujero en la tierra. Este era de los mejores, lo juro.


Una de las más preciadas posesiones de estas gentes: una moto. De baja cilindrada pero resistentes y todoterreno, las tunean sin complejos.







Y la lucha. Pelean por parejas y es eliminatorio. Lo curioso es que no se tienen en cuenta el peso, y te ves a algún mazacote peleando con un tipo flaquito...da cosa. Los del batín y la gorra son los jueces. Al terminar, el ganador levanta los brazos y el perdedor, que ha mordido el polvo y nunca mejor dicho, pasa por debajo en señal de sumisión. Luego el vencedor hace un baile que imita el vuelo de un águila. Alguien me contó que algunos entrenan sobre un campo de ortigas, así que si se caen, pues pica... Y lo de la vestimenta extraña (no nos engañemos, parece que vayan con Dodotis) es porque cuenta la historia que hace muchos años se les coló una mujer disfrazada y venció a un montón de participantes hombres, terrible deshonra en un país de machotes. Con este estrafalario vestuario impiden que se repita el mal trago. Os dejo disfrutando de los jamones de mis parientes lejanos. ¡Peazo de muslamen, madre mía!