sábado, 12 de noviembre de 2011

Más Mongolia

El problema es que para mí hablar de Mongolia es como hablar de un hijo díscolo. El amor visceral e irracional no te impide ver su parte "chunga". Por eso puedo describir con la misma pasión la belleza de sus estepas, desiertos y lagos como la bajeza moral de algunos de sus pobladores, que no dudan en robar, engañar y timar a cuanto guiri se cruce en su camino.
Y hablo del lado canalla de los mongoles con una sonrisa en la boca, porque me parece parte imprescindible de la identidad de este pueblo austero y rudo que en tiempos Gengis Khan controló el imperio más grande la historia, que se dice pronto.
Mongolia es un país de radicalismos y extremos, las medias tintas no tienen cabida. El calor es de insolación asegurada (¿verdad Sergio?), la lluvia cae en forma de tormenta rabiosa o granizo súbito, el frío aparece y desaparece ignorando estaciones preestablecidas. Granizada inesperada acampados junto a un lago

Es un lugar de gentes profundamente religiosas que no creen en nada ni en nadie pero erigen templos para sus mejores caballos y veneran al fuego, el cielo, la tierra...
Calaveras de los mejores caballos depositadas por sus dueños en un templo
















Apunte místico-cultural: En lo alto de las colinas, intersecciones de caminos y pasos montañosos, los mongoles colocan un ovoo apilando piedras o ramas. Es un símbolo religioso del shamanismo y del budismo y los viajeros deben dar tres vueltas siguiendo la dirección de las agujas del reloj para garantizarse un trayecto sin problemas. En cada vuelta arrojas una piedrecita o un trozo de madera. También puedes depositar una donación en forma de dinero, caramelos, botellas de vodka, huesos de animales, pañuelos ceremoniales ... Hasta una muleta vieja vimos en uno.




Disfrutad hoy de los paisajes, en el próximo capítulo os hablo de las personas. Como aperitivo, la sonrisa de la arisca leñadora preadolescente:




viernes, 11 de noviembre de 2011

Mongolia


Quiero contaros Mongolia y no sé por dónde empezar. Podría emborronar miles de páginas con palabras grandilocuentes o dejar la foto de arriba sin más explicaciones, porque en ella está la esencia de mi Mongolia.
Anochece en un prado rodeado de colinas al que hemos llegado tras dos días haciendo el torpe a caballo. Una niña de unos siete años corta leña junto a la ger-cocina-sala de baño de la familia. Muy cerca, un rebaño de yaks peludos recién ordeñados y otro de cabras astutas que aprovechan cualquier descuido para rumiar las esquinas de nuestras tiendas de campaña, las botas puestas a secar, las esterillas, los sacos de dormir...




















¿Veis esa mirada? Pues eso es Mongolia.





Bueno, vale, es mucho más. Os lo enseño después de comer.

sábado, 8 de octubre de 2011

Hawái, Alaska, China, Mongolia...Gandía



El problema de la teletransportación (o los viajes en avión, que es casi lo mismo) es que un día eras esto:



y a los pocos eres esto:




Y claro, acabas sintiéndote más o menos así:

Llevo más de un mes en Gandía y recién ahora empiezo a ver la luz. Éste ha sido un aterrizaje-vuelta a la realidad de lo más duro, aderezado con una patética y sorprendente regresión a la adolescencia: a mis cuarenta añazos amanecía cada día convencida de que nadie me entendía y yo no entendía nada ni a nadie. En fin.

Pero fuera miserias y que me quiten lo bailao, el viaje por Hawái, noroeste de Estados Unidos, China y Mongolia ha sido espectacular, intenso y caótico, como una vida entera concentrada en ocho meses y medio. He tenido frío, calor, hambre y sueño. He sentido miedo, alegría, nervios, soledad, cansancio, energía, aburrimiento, pasión. He querido, me han querido, he odiado y me han odiado. He llorado mucho, ya lo sabéis, pero he reído muchísimo más y más a menudo.
Tranqui que no os lo voy a contar todo, pero prometo subir un puñado de fotos y hablaros un poquín de mi querida Mongolia y del segundo asalto a China, que resultó mucho más interesante y enriquecedor que el primero.


Fotos:
-Té con mantequilla y sal, sopa con carne de yak y mi diario en el Pre-Tibet chino
-El resultado de pasear Asia al sol con un solo par de sandalias durante meses
-Disfrazada para la boda de mi hermano Carlos. Debería ser ilegal (casarse y los tacones)
-Camino cortado por una duna en el oeste chino

domingo, 24 de julio de 2011

Cuentos chinos (en diferido)



Resulta que China, ese dechado de las libertades humanas y derechos civiles, no permite el acceso a Youtube, Facebook ni Blogspot. Debe ser un error, en cuanto Hu Jintao se entere, seguro que acaba con esa absurda censura... Por lo pronto os habéis perdido dos suculentas entradas que se iban a titular 'Hong Kong no me mata pero casi' y 'Desde China con arroz'.
El caso es que la última vez que escribí en este cutre-blog, pronto hará dos meses, estaba esperando en el aeropuerto de Vancouver al avión que me llevó a Hong Kong, donde compartí habitación con una maleducada cucaracha que se negó a pagar su parte de alquiler pero al menos me dejó el mando a distancia de la tele y del aire acondicionado.
Hong Kong me sentó mal, muy mal. En un puñado de horas pasé de la pureza del aire alaskeño, la calma del Dream Reach, la frescura de los glaciares y el silencio de las ballenas a la locura de 7 millones de pseudo chinos tratando de sobrevivir en una ruidosa macro-ciudad de cielos casi siempre grises por la polución y rodeados por un incomprensible y a penas soportable calor húmedo, pegajoso y asqueroso.
Me quedé lo justo para conseguir mi visado para China y desde allí, poquito a poco, llegué hasta Beijing.
¿Y qué os cuento de China? Hace casi un mes que salí de ese inmenso país y la distancia y el tiempo han atemperado un poco mi decepción. Porque lo único que yo sabía de este destino era que la comida era deliciosa:
y que los chinos eran gente muy trabajadora:
En fin.
Es una fatiga de país. Cada pequeño acto cotidiano exige tal desgaste de energía y tiempo que cuando apenas llevaba una semana allí empecé a mirar billetes de avión para escapar de una incomprensión mútua que va más allá de la diferencia idiomática.
En este precioso pueblo, Fenghuang, tuve que quedarme cuatro días porque no conseguía encontrar la forma de salir de él. Nadie era capaz de decirme dónde estaba la estación de autobuses para ir hacia el norte. A punto estuve de escribir a mi familia dándo parte de mi nueva y perpetua dirección. En el colmo del surrealismo, entre el cansancio y el calor, os juro que llegué a pensar que tenía que quedarme a vivir allí hasta que alguien viniera a rescatarme.
Además, es un lugar muy turístico pero solo para los chinos, así que yo era lo más exótico que caminaba por las calles, y no dejaban de hacerme fotos, una situación que al principio me hizo gracia pero que acabó tocándome la moral.
También vi arrozales










































Hice excursiones solitarias en bici, tonteando con la insolación y demostrando una vez más que mi sentido de la orientación es más bien un sinsentido
Vi muchos culos de niños (no llevan pañales, sino una abertura en los pantalones!)
Y también disfruté de cuatro recónditos y exóticos enclaves poco conocidos por el turista medio, de esos que puedes disfrutar en paz y soledad:





Las Tres Gargantas del río Yangtsé. Creo






Los Guerreros de Terracota de Xi'an. Creo:
La Ciudad Prohibida en Beijing. Creo:
La Gran Muralla China. Creo:
Os contaría más cosas y os pondría más fotos chinas pero no puedo porque desde hace tres semanas tengo los ojos, el alma y la piel llenas de ¡MONGOLIA! Y todo lo demás no me importa nada...