

El problema es que para mí hablar de Mongolia es como hablar de un hijo díscolo. El amor visceral e irracional no te impide ver su parte "chunga". Por eso puedo describir con la misma pasión la belleza de sus estepas, desiertos y lagos como la bajeza moral de algunos de sus pobladores, que no dudan en robar, engañar y timar a cuanto guiri se cruce en su camino.

Y hablo del lado canalla de los mongoles con una sonrisa en la boca, porque me parece parte imprescindible de la identidad de este pueblo austero y rudo que en tiempos Gengis Khan controló el imperio más grande la historia, que se dice pronto.
Mongolia es un país de radicalismos y extremos, las medias tintas no tienen cabida. El calor es de insolación asegurada (¿verdad Sergio?), la lluvia cae en forma de tormenta rabiosa o granizo súbito, el frío aparece y desaparece ignorando estaciones preestablecidas.
Granizada inesperada acampados junto a un lagoEs un lugar de gentes profundamente religiosas que no creen en nada ni en nadie pero erigen templos para sus mejores caballos y veneran al fuego, el cielo, la tierra...
Calaveras de los mejores caballos depositadas por sus dueños en un templo 
Apunte místico-cultural: En lo alto de las colinas, intersecciones de caminos y pasos montañosos, los mongoles colocan un ovoo apilando piedras o ramas. Es un símbolo religioso del shamanismo y del budismo y los viajeros deben dar tres vueltas siguiendo la dirección de las agujas del reloj para garantizarse un trayecto sin problemas. En cada vuelta arrojas una piedrecita o un trozo de madera. También puedes depositar una donación en forma de dinero, caramelos, botellas de vodka, huesos de animales, pañuelos ceremoniales ... Hasta una muleta vieja vimos en uno.



Disfrutad hoy de los paisajes, en el próximo capítulo os hablo de las personas. Como aperitivo, la sonrisa de la arisca leñadora preadolescente:




